Reflexiones sobre la muerte (imprevista) de una ideología

11-24-08, 9:43 am



La crisis financiera en Wall Street ha provocado una grave crisis ideológica. El capitalismo mismo está bajo escrutinio. En los medios corporativos, ya se pueden encontrar discusiones del marxismo, del capitalismo y del socialismo; no siempre presentado de una manera positiva, pero a veces la discusión ha sido bien pensada.

Hasta el ex presidente de la Junta del Banco de Reserva Federal, Alan Greenspan, desde hace mucho campeón destacado del fundamentalismo del mercado libre, dijo al Congreso a fines de octubre que estaba en plena 'crisis existencial'. Confesaba Greenspan que había cometido 'un error en presumir que los propios intereses de organismos como los bancos y otros fueron tales que poseían la mejor capacidad para proteger a sus accionistas y sus valores en las corporaciones'.

Otro ejemplo de esta tendencia es el análisis reciente de Reuters por Bernd Debusmann, que escribió que 'está agonizando el capitalismo tal y como nosotros lo conocemos. Y los que pronosticaban que este, el sistema desencadenado que fue promovido por EEUU era un peligro para el mundo ya están siendo vindicados. Entre estos últimos se encuentra a Carlos Marx, cuyo pensamiento sobre los bancos parece curiosamente contemporáneo en estos días'.

.Al otro lado del espectro, considera el despliegue confuso de lógica en este editorial del Washington Post publicado en octubre: '¿Es este el fin del capitalismo norteamericano?' La respuesta es que 'no somos testigos de una crisis del mercado libre mismo pero, más bien una crisis de mercados distorsionados'. En la opinión del Post, el colapse del sistema actual no es crisis capitalista porque no vivimos bajo un 'capitalismo auténtico'. Sin embargo, parece que los editores del Post no eran capaces de elaborar una visión de lo que sería un 'capitalismo verdadero'.

El ex economista principal del Banco Mundial, Joseph E. Stiglitz ofrece unas observaciones más coherentes. En un artículo reciente en la revista Vanity Fair, Stiglitz ofrece las características principales de la ideología del capitalismo de mercado libre así como se practica en EEUU: 'las presiones de parte de intereses especiales, una política populista, una mala política económica, y la pura incompetencia,' características que él ve como las raíces de la crisis actual.

Atacó Stiglitz a la ideología anti-gobierno tras la política económica de la derecha. 'Proclamaba [esta] ideología que siempre son buenos los mercados y el gobierno siempre maloŠ [pero] la realidad es que los problemas claves que enfrentamos como sociedad no pueden ser enfrentados sin gobierno efectivo'. En su crítica al neoliberalismo Stiglitz muestra un aspecto independiente, y va mucho más allá que lo que se atreven la mayor parte de los economistas norteamericanos ortodoxos

Al igual que sus contrapartes entre los ejecutivos empresariales de la nación, la mayor parte de los economistas estadounidenses han abandonado desde hace mucho cualquier pretexto de estar practicando una ciencia objetiva. Muy al contrario, durante las últimas tres décadas han preferido ver a la economía norteamericana con lentes color de rosa. Y, ¿por qué no? Cuando las cosas van mal, nunca tienen que pagar por sus errores académicos. Esto es quizás el factor más distintivo del capitalismo de hoy en día. A una mano, muchas veces se 'roba con impunidad con pluma estilográfica'; a la otra, el servir como propagandista académico por el neoliberalismo no les trae ningún riesgo a los que practiquen hoy la 'ciencia gris.' Entre los que pronostican sobre el futuro de la economía norteamericana, siempre hay más optimistas descabelladas que derrotistas.

Joseph Stiglitz es distinto. Habiendo visto a primera mano los daños causados por la FMI y su política neoliberal, en especial entre las naciones más pobres del mundo, oyó Siglitz la voz de su conciencia y renunció en 1999 su puesto de economista en jefe de la FMI. Desde entonces ha criticado a la dogma neoliberal de libre comercio, ideología que ha servido como hoja de higuera conveniente para esconder la multitud de crímenes perpetrados a escala global por la avaricia corporativa desenfrenada.

Stiglitz subrayó en Vanity Fair el secreto escondido del capitalismo norteamericano: 'Nuestra economía,' escribe él, 'tiene como base inversiones públicas en la tecnología, tales como el Internet'. Los avances de la tecnología moderna, notaba él, han sido la fuerza motivadora tras la economía norteamericana moderna y los seguirán siendo en el futuro. Todos esos acontecimientos revolucionarios, como por ejemplo, la tecnología informática, la energía alternativa, y la tecnología espacial, han resultado de los esfuerzos cooperativos financiados con fondos públicos, con la participación del gobierno norteamericano y de centros universitarios y corporativos de investigación.

Tales avances, en turno, se transforman, por bien o por mal, en fuentes lucrativos de ganancias para las empresas norteamericanas y se exportan por todo el mundo. Sin embargo, surgen todos estos logros tecnológicos de esfuerzos cuidadosamente planeados con el apoyo gubernamental, utilizando los talentos científicos y empresariales de grandes números de individuos trabajando juntos por lograr una meta común. Depende el futuro de la economía norteamericana y las posibilidades de lograr la seguridad económica del pueblo norteamericano precisamente de esta clase de planificación y resolución de problemas.

Ya se ha comprobado decisivamente que los mercados por si solos son muy poco eficientes como reguladores de la vida económica. Como lo expresa Siglitz, 'De la Depresión aprendimos que los mercados no se auto-ajustan,' añadiendo además que las intervenciones gubernamentales esporádicas en la economía como son ajustes en las tazas de intereses resultan insuficientes para evitar las crisis económicas recurrentes. Ahora nos enfrentamos a una gama muy amplia de problemas económicas interconectados, principalmente a la crisis hipotecaria y financiera. Pero las crisis económicas ya son tan sistemáticas y tan difundidas que no se pueden resolver con puros ajustes a las tazas de interesés.

Dado que los mercados no se reajustan por si solos y dado que una economía sana y dinámica exige financiamiento público y reglamento gubernamental a los mercados financieros, resulta evidente que en EEUU hace muchísima falta una forma de terapia económica muy distinta al curanderismo de mercado libre aplicado hasta ahora por la administración Bush.

En su artículo, Siglitz no solo rechaza a la secta integrista del mercado libre, pero también hace criticar a los proponentes más ortodoxos de la intervención gubernamental limitada dirigida por la junta de la Reserva Federal, así como los rescates esporádicos de emergencia como es el paquete de rescate a Wall Street propuesto por Bernake y Paulson. Como nota Stiglitz, el tal llamado 'mercado libre' viene con un enorme precio oculto, que el pueblo norteamericano ya tiene que pagar. Una parte del 'por qué' de estos gastos tan estratosféricos es que han comprado los cabilderos e intereses especiales de Washington acceso a las salas del Congreso y a los organismos regulatorios que fueron destinados originalmente a vigilar las actividades criminales de los que compren votos en el Congreso y ocupen a estos mismos cabilderos. En pocas palabras, han estafado al sistema y, en las palabras de Stiglitz, han 'torcido las reglas para su propio beneficio'.

Este sistema desenfrenado de mercado libre tuvo su agosto durante la época de Reagan y los años de gobierno unipartidario bajo George W. Bush. Bajo Bush, los componentes corporativos de la base verdadera de Bush, que son la Halliburton, Blackwater USA, las grandes transnacionales petroleras, las aseguradoras y empresas farmaceuticas todos han hecho cola para recibir contratos gubernamentales no competitivos, grandes recortes de impuestos, exenciones al reglamento gubernamental y una fiesta de sangre en Irak. Fue durante esta nueva época dorada de corrupción política que Donald Diamond, empresario de bienes raíces de Arizona, compraba la ayuda de John McCain por adquirir una extensa y lucrativa parcela de terrenos públicos en la costa de California, para erigir en ellos McPalacios. En la década del los 1980, otro oriundo de Arizona, Charles Keating, recibió favores especiales del Senado de parte de su amigo 'hasta que la muerte nos separe,' John McCain, junto con cuatro senadores más, tentándolos por medio de contribuciones de campaña extravagantes para que se hicieran de la vista gorda mientras que su institución financiera, la Lincoln Savings and Loan, estaba involucrada en fraudes masivos.

El Pueblo antes de las ganancias: una idea cuyo tiempo ha llegado.

La crisis económica que ya enfrentamos es resultado directo de la anarquía de un sistema financiero guiado exclusivamente por el egoísmo y la avaricia por ganancias.

Pero si ya ha quedado comprobado que el caos financiero actual se debe a la búsqueda egoísta de ganancias corporativas por parte de los norteamericanos más adinerados, ¿qué clase de política necesitamos en lugar de lo que tenemos ahora? Stiglitz hace un llamado por una intervención gubernamental cuidadosamente planificada, mercados financieros fuertemente reglamentados, inversiones infraestructurales masivas, y nuevos programas y reglamentos que permitan a los dueños de casas que se enfrentan a la ejecución hipotecaria repagar sus deudas de una manera razonable, siempre quedándose en sus hogares.

Otro economista respetado, James K. Galbraith, de la Universidad de Texas (hijo de John Kenneth Galbraith, economista progresista renombrado de la época Kennedy-Johnson), acaba de dirigirse a la crisis del capitalismo en un artículo en Harpers Magazine simplemente titulado 'Plan'. En su artículo, Galbraith ve al sistema actual como una 'economía mixta.' Tal y como existe ahora, esta economía mixta está dominada por los intereses corporativos. Con el auge del neoliberalismo, han logrado los intereses corporativos dominar por completo a un componente público de la economía que antes era esencial pero que se ha quedado esencialmente dormido desde la época de FDR (con un breve intento por despertarlo durante los años del programa de la 'Gran Sociedad' de Lyndon B. Johnson).

Parece estar de acuerdo Galbraith con Stiglitz, de que una férrea adherencia a una política de integrismo del mercado libre exige un precio tremendo. En su visión, los que han ejercido el poder durante tantos años en círculos políticos y económicos norteamericanos creen ciegamente en utilizar 'al gobierno para construir monopolios, para controlar recursos, para bloquear la regulación, para aplastar a los sindicatos laborales, [y] para desviar la máxima cantidad de dinero posible de los contribuyentes a las manos privadas'.

Obviamente, la solución a la crisis económica actual no será retrocedernos a alguna forma 'auténtica' u 'original' del capitalismo, como lo sueña el escritor editorial del Washington Post. Tampoco se resuelve con solo regular y vigilar a los mercados financieros y a los bancos. Galbraith enfatizó que la planificación es la mejor solución. Para él, el papel del gobierno debe ser uno de proporcionar una vigilancia permanente sobre la economía norteamericana y sobre los excesos inevitables del capitalismo.

Solamente un gobierno basado en la democracia y que responda a las necesidades del pueblo norteamericano será capaz de proporcionar la planificación y los recursos monetarios necesarios para dirigirse a los problemas que surgen inevitablemente de una economía capitalista. Algunas de las consecuencias negativas del capitalismo, sin regular, que ya estamos viendo son millones de ejecuciones hipotecarias, un creciente desempleo, cierres de fábricas, caos en el mercado y la existencia siempre más reducida de recursos naturales como petróleo y agua. Los planificadores gubernamentales, buscando el bienestar del público norteamericano y no las ganancias, deben estar trabajando para proporcionar soluciones actualizadas a los problemas económicos nacionales. Galbraith subraya la crisis ambiental que enfrentamos y apunta al impacto directo que tienen el calentamiento global y la dependencia del petróleo extranjero sobre nuestra economía en crisis.

La planificación sistemática puede ser dirigida a los múltiples problemas que enfrentamos como nación: problemas sociales como son la falta de trabajos bien pagados y de un futuro económico seguro, problemas ambientales como el calentamiento global, y una infraestructura que se está derrumbando, el pésimo estado de nuestro sistema de cuidado de salud, y los problemas de discriminación racial, étnica y sexual. Se ha empeorado todo y cada uno de estos problemas durante los últimos ocho años de la administración Bush, que ha mostrado una falta total de planificación estratégica (Irak / Katrina / la crisis hipotecaria) y un desprecio altanero por la idea de contemplar las necesidades de cualquier sector de la sociedad norteamericana salvo a los súper-ricos. Y para los que no suscriben al dogma oficial del capitalismo del mercado libre desenfrenado, se les ha bloqueado cualquier participación en la formulación de política económica.

Galbraith ha subrayado también nuestra necesidad de un gobierno en el cuál se escuchan las voces de los trabajadores y en donde se implementan programas que ofrezcan modos viables para resucitar la economía norteamericana. Semejantes iniciativas nuevas pueden ser utilizadas para poner fin a nuestra larga dependencia a los combustibles fósiles no renovables y facilitar inversiones masivas en alternativas energéticas renovables. El resultado directo de este proceso de planificación será el fortalecimiento de industrias ecológicas y la creación de trabajos nuevos. Hace falta la previsión intelectual y la planificación necesaria como para crear un sistema universal de cuidado de salud que asegure un acceso igual y completo al cuidado médico a todos los norteamericanos.

El dinero que hace falta para resucitar a nuestra economía debe provenir de la cancelación de los recortes de impuestos al dos por ciento más rico de los contribuyentes, mientras tanto, proporcionándonos recortes de impuestos y paquetes de estímulo a nosotros los demás. Hay que liberar más dólares federales para las necesidades domésticas poniendo fin a la guerra en Irak, que ha llegado a ser un establo Augeano de sobornos y corrupción que nos cuesta $10 mil millones al mes.

Preservar el medio ambiente, evitar las guerras, encontrar medios para reducir el hinchado presupuesto militar y crear trabajos, estos son los retos intelectuales y morales del siglo XXI que exigen más de lo que ofrecen los llamados expertos. Los quehaceres del momento exigen también la participación popular y directa de millones de norteamericanos 'ordinarios' que entienden en carne propia los problemas que enfrentamos.

Se puede construir una economía nueva únicamente si es basado en el trabajo duro, la democracia y la planificación cuidadosa. Jamás puede surgir esto del deseo egoísta por la adquisición de tremendas riquezas personales: el motor central del capitalismo de mercado libre. Pero la planificación por el futuro económico de nuestro país no debe ser dominio exclusivo de burócratas gubernamentales ni de profesores universitarios, una versión del siglo XXI de los reyes filósofos de Platón.

Una planificación efectiva exige liderazgo y participación activa de los trabajadores norteamericanos. El liderazgo por una nueva economía debe surgir en especial del movimiento sindical, cuyos dirigentes e integrantes tienen experiencia directa con los problemas que enfrentan los trabajadores. Estos dirigentes de clase trabajadora ya están listos, dispuestos y capaces de trabajar con gobierno y negocios para encontrar soluciones para proteger los intereses económicos del corazón de la democracia, el pueblo norteamericano.

Para enfrentar y derrotar a este monstruo económico de múltiples cabezas, se necesita una iniciativa atrevida y distinta de múltiples aspectos. Alcanzar la victoria en esta lucha Hercúlea exige un esfuerzo concertado nacional y una planificación económica cautelosa. Lo esencial para su éxito es adoptar una estrategia popular, trabajando de abajo para arriba, un esfuerzo masivo parecido a la movilización engendrada por la campaña electoral de Obama, dependiendo de la participación del pueblo norteamericano para decirnos cuáles deben ser nuestras prioridades nacionales. Queda evidente que un esfuerzo así exigirá una inyección masiva de dólares federales, utilizados de manera racional y con una planificación cuidadosa.

Jamás ha habido un momento más propicio ni más urgente que ahora para hacer una reevaluación de este sistema económico en que vivimos. Con Barack Obama en la Casa Blanca y los Demócratas firmemente en control del Congreso, ha llegado la hora de llevar acabo esos cambios básicos en la economía, que pondrán fin al régimen del capitalismo sin regular de mercado libre que hemos sufrido durante los últimos ocho años de caos, y, ya en buena hora, poner los intereses del pueblo norteamericano por encima de las ganancias corporativas.