¿La mayoría antirracista alcanza a su mayoridad?

2-25-08, 4:00 pm



A comienzos de julio de 2007 la Suprema Corte de la nación, en una acción atrevida, contravino a los fundamentos legales de Brown v. the Board of Education. En un fallo de cinco a cuatro, la mayoría republicana en la Corte rechazó planes para la desegregación racial de distritos escolares en Louisville, Kentucky y Seattle, Washington. El fallo fue visto como una senda victoria de la ultraderecha neoconservadora en sus esfuerzos por deshacer los avances logrados por derechos civiles en la década de los 1960. Comentó Sharon Brown, abogada encargada de la ultraderechista Fundación Legal del Pacífico al New York Times, “Estas son las decisiones más importantes sobre el uso de raza desde Brown v. Board of Education… Con estos fallos, se estima que unos mil distritos escolares por todo el país que mandan un mensaje equivocado a los niños sobre cuestiones de raza van a tener que dejar de hacerlo.”

Hace apenas un año, los votantes en Michigan y Nevada habían optado por prohibirles a las universidades estatales la utilización de raza como criterio para admisiones. Armado con el fallo de la Suprema Corte e impulsado por iniciativas electorales, esperaban los que se oponen a la igualdad dar la chispa a un nuevo movimiento social. En efecto, con las ondas radiales inundadas por el odio venenoso de personajes como Don Imus, Paris Hilton, Bruce Richards y más recientemente el geneticista James Watson, el racismo parecía estar conquistando nuevo terreno en la discusión pública y privada, eso sin ni siquiera hablar de la política oficial.

Aunque parezcan significantes, estos referendos y fallos judiciales ahora parecen haber sido nada más que los últimos suspiros de una ola republicana ya desgastada y moribunda. En esas mismas elecciones de medio término, los votantes, enfadados por la guerra en Irak, espantados por las amenazas de privatizar al Seguro Social y alarmados por la supresión del sufragio Afronorteamericanos en las elecciones presidenciales de 2004, dieron una paliza contundente al extremismo republicano. Al parecer, el electorado ya anda cansado de la siembra de miedo, de la división y del odio poco disfrazado, todo fomentado por una minoría ultraderechista mediocre e indigna. Demandaba el país un cambio de rumbo.

Queda evidente la profundad y amplitud de esta demanda en las precandidaturas de Barack Obama y Hillary Clinton, precandidatos demócratas favorecidos, una situación que en si mismo habla a gritos sobre cuánto han cambiado las cosas. Los patronos de votaciones en Iowa, New Hampshire y Nevada sugieren que ya viene un nuevo amanecer en términos de conciencia y actitudes públicas. Vale la pena considerarse muy detenidamente el hecho de que un cambio así de pensamiento de masas pudiera haber ocurrido luego de casi dos décadas de domino republicano. No solo había un asalto ideológico junto con una campaña política para minar a los logros del período del movimiento por los derechos civiles y del Nuevo Trato (del presidente Franklin Delano Roosevelt, en los años 1930), pero también el impacto económico y social de la política de la administración Bush, una política racista de filo agudo. Además, sirviendo como fuente e inspiración tanto a la política como a la campaña, hay un sistema de racismo institucionalizado, sistema incrustado dentro de la estructura misma del capitalismo monopolístico actual.

Por eso, en esta primera década del siglo XXI, se enfrenta el pueblo afronorteamericano a una realidad compleja y contradictoria. Luchan indicios de claro progreso con una herencia duradera de segregación racial y de trato desigual; una y otra vez se enfrenta la esperanza con la desesperación. El pago desigual, educación y vivienda de pésima calidad, prácticas racistas de ocupación laboral, discriminación bancaria y un sistema discriminatoria de justicia criminal, todos se combinan para levantar obstáculos sistémicos enormes en contra de la verdadera igualdad.

La realidad es que todavía existen estos retos, y hasta han crecido y empeorado en ciertos aspectos. Un estudio llevado acabo por el Centro por el Progreso Norteamericano hace subrayar a varios obstáculos sistémicos que surgen de la economía del racismo. Por ejemplo, han caído los ingresos medianos durante el período reciente. “Cayeron los ingresos medianos de Afronorteamericanos,” escriben ellos, “en un promedio de 1,6 por ciento anualmente bajo la administración actual. En 2006, los ingresos medianos de Afronorteamericanos fueron de $32.132 [anuales], figura que es, en realidad, $2.603 menos que sus ingresos medianos de $34.735 (en dólares de 2006) en 2000”. Esto resulta sustancialmente menos de lo que ganan los blancos: “En 2006 sus ingresos medianos eran de $32.132, comparados a $52.432 para los blancos”.

Hay que tomar precauciones cuando se analizan datos sobre ingresos promedios, ya que pueden variar mucho las ganancias respectivas de los grupos. Para calcular los ingresos medianos se consideran las ganancias de todas las clases de una populación dada. Los ingresos de los blancos, ya que incluyen capitales de la clase dominante, son mucho más altos que los de Afronorteamericanos, que tienen una élite proporcionalmente mucho menor y menos adinerada. Una comparación mucho más útil sería la de blancos de clase trabajadora con Afronorteamericanos.

También subieron las tazas de desempleo durante los años de Bush: “Subió la taza de desempleo de Afronorteamericanos por un promedio de 0.2 por ciento cada año bajo la administración actual, después de haber disminuido en los años 1990,” alega el estudio. “En 2007, la taza de desempleo de Afroamericanos fue una figura preocupante de 8,3 por ciento, mientras que para los Norteamericanos blancos oscilaba esta figura alrededor del 4.1 por ciento”.

No resulta sorprendente el avance la pobreza durante ese mismo período:

Sufren más Afronorteamericanos de la pobreza bajo Bush. Estaban en la pobreza más Afronorteamericanos en 2006 que en 2000, luego de habernos visto un gran mejoramiento en los 1990. En 2006, un 24,2 por ciento de Afronorteamericanos se encontraban en la pobreza. Comparen esto a 2000, cuando un 22,5 por ciento estaban de bajo de la línea de pobreza… La pobreza entre los Afronorteamericanos había disminuido sustancialmente entre 1992 y 2000, cayendo del 33,4 por ciento al 22,5 por ciento.

Una vez más hay que tener cuidado al revisarse las estadísticas de la pobreza, especialmente la caída de nueve por ciento durante la subida del ciclo económico durante los años 1990, mucha de la cual fue debida a las madres solteras que se trasladaban de welfare a trabajos de servicio mal pagados, levantándolas por encima de la línea de pobreza, pero muy apenas. Muchas de ellas viven en la precariedad y solo viven a un solo cheque de pago del precipicio.

Además, estas madres solteras negras y latinas ya perdieron muchos de sus avances en la recesión de 2001. Según un estudio llevado acabo hace dos años, también hay que tomarse en cuenta el hecho de que la eliminación de welfare (asistencia pública) y otros programas de ayuda social como cupones para alimentos han afectado a los ingresos de la gente, cancelando casi por completo cualquier avance logrado en el sector de empleos. Este aumento en el número de empleos rebajó la taza de pobreza por unos 3,3 puntos a fines de los 1990, pero la pérdida de beneficios de asistencia social añadió de vuelta unos 1,6 puntos a esta figura.

También sufrió el acceso al cuidado de salud bajo el dominio ultraderechista, en la opinión del Centro por el Progreso Norteamericano. “Bajo Bush, el porcentaje de Afronorteamericanos sin seguro médico creció del 18,5 por ciento al 20,5 por ciento. En 2006, unos 7,9 millones de Afronorteamericanos no estaban cubiertos por un seguro médico”. El estudio subraya una vez más que durante los 1990 había un aumento ligero en la cifra de personas aseguradas, un aumento ya disuelto como resultado de la recesión de 2001 y las pérdidas de empleo y salarios después.

Por muchas medidas, entonces, se ha empeorado la suerte de los Afronorteamericanos en los últimos años. Sin embargo, el retrato resulta mucho más complicado y peligroso que lo ya descrito. Toma las cifras de Afronorteamericanos en pobreza que citamos arriba, que sugieren que la cuarta parte de ellos vive bajo esas condiciones. En realidad esa cifra está más cercana a la mitad cuando se incluyen a los que viven cerca de la línea de pobreza. En un reporte preparado por el Comité de Económica del PCEU, escribe Art Perlo que:

Casi la mitad de la población Afronorteamericana subsiste en pobreza o casi en pobreza; sin ingresos mínimos adecuados. Más de uno de cada nueve existe en pobreza aguda, literalmente al borde de la muerte. La cuarta parte de todos los pobres son Afronorteamericanos. Se ha aumentado la pobreza por unos 5,3 millones de personas desde 2000 hasta 2005; 1,2 millones de ellos (un 22 por ciento de ellos) Afronorteamericanos.

Debe entenderse que para Latinos estas cifras son similares.

Estas cifras forman en si mismas una denuncia fulminante al capitalismo, ya que aun que hayan habido oscilaciones ligeras, se han quedado casi estancadas durante 25 años. Las estadísticas no tienen cara, pero los de abajo son en gran parte personas de edad mayor, niños, madres solteras y trabajadores mal pagados. Subsisten estos casi sin cuidado médico ni acceso a una vivienda digna. Con bajos niveles de capacitación laboral, muchos se encuentran sin trabajo y sin esperanzas de conseguir ningún trabajo permanente. Es un malgasto tremendo de talentos y potencialidades humanos, un malgasto que se perpetua de generación en generación sin esperanza evidente de salida. Los programas para combatir a la pobreza no les han ayudado. Los programas de acción afirmativa, aunque sean importantes, se les escapan, y el red de seguridad social que una vez les hubiera protegido ha sido despedazado en el nombre del “amor duro” y de salvarse quien pueda.

Como se indica arriba, la taza afronorteamericana de desempleo anda por el 8 por ciento. Sin embargo, varían las cifras por regiones y ciudades. Indica Perlo que “en 2003, tuvo empleo solo el 50 de Afronorteamericanos en la ciudad de Nueva York”. Otro factor es edad; los jóvenes sufren de cifras más elevadas. “En 2004, menos del 39 por ciento de los jóvenes Afronorteamericanos (de 16 a 24 años) tuvieron trabajo (en contraste, el 59 de blancos y el 60 por ciento de Hispanos si lo tuvieron)”.

El estudio del Comité de Económica subraya que son mucho más altas las cifras reales de desempleo, ya que no se les cuentan a los que han sido marginalizados del mercado de trabajo. Estima Perlo que la taza verdadera de desempleo está alrededor del 17 por ciento. El análisis del Comité también apunta a la falta de trabajo estable, sobre todo entre los hombres afronorteamericanos. “Ya para 2002, uno de cada cuatro hombres afronorteamericanos estaba sin trabajo durante todo el año”. Las cifras para mujeres jóvenes son del 20 al 25 por ciento.

Una fuente principal de la desigualdad afronorteamericana es la de la discriminación salarial racista. “Las ganancias de los hombres negros alcanzan al 70 por ciento de las de los blancos ($17.000 menos); para las mujeres es del 83 por ciento (o, $6.000 menos). Esta diferencia salarial forma la base de una división social racista de trabajo que constituye el fundamento de la desigualdad moderna. Lo que se le roba al trabajador afronorteamericano es fuente de ganancias extra, o de súper-ganancias, fuente de capitales que alcanza a los miles de millones de dólares. Se debe a muchas causas, incluyendo a la falta de sindicatos laborales o la falta de educación, las disparidades regionales en salarios, y las diferencias ocupacionales y por edad. Así es que los salarios son los más iguales en donde existen sindicatos y en donde rigen los estándares federales de salarios. Donde no hay, “último ocupado, primero disparado,” es la práctica más común. Se estima que uno de cada tres Afronorteamericanos que tiene trabajo está empleado en el sector público. No cabe duda que este es un factor principal contribuyente a cualquier avance económico y en la estabilidad que se ha logrado. La industria que emplea al mayor número de hombres Afronorteamericanos es la de camiones de carga.

Experimenten los Afronorteamericanos formas de discriminación tanto abiertas como sistémicas. En 1999 habían más de 2 millones de incidentes de discriminación abierta contra minorías y mujeres, según el estudio de Perlo. Las razones sistémicas atribuidas por el estudio incluyen la falta de redes personales de amistades y contactos, lugares de trabajo alejados de los centros urbanos, la globalización, la pérdida de trabajos sindicalizados, antecedentes penales (factor que afecta a uno de cada cuatro hombres afronorteamericanos) y factores educacionales.

Otra forma más de discriminación sistémica es lo que el Comité de Economía califica como la imposición de un “impuesto de barrio,” el cinco a diez por ciento extra que pagan las comunidades negras y latinas para bienes y servicios, incluyendo alimentos, préstamos, renta y seguros. Un ejemplo evidente de este “impuesto” es la compra de autos y casas:

Los automovilistas afronorteamericanos con idénticos vehículos e iguales antecedentes pagan más para el seguro y los impuestos de su coche; entre $400 y $1,000 más por año en algunos estados.

Las familias de escasos recursos pagan un promedio de dos puntos más para los préstamos del auto. Eso puede muy fácilmente añadir $35 a los pagos mensuales. Pagan estos un punto de porcentaje más para la hipoteca de la casa, ajuntando por lo menos otros $100 por mes al abono de la casa.

A los Afronorteamericanos que compran autos (y, presumiblemente, hipotecas, casas y otras compras mayores) se les ofrecen precios más altos o productos inferiores.

Otra medida importante del estado de igualdad es la de ser dueño de su propia casa. El Centro por el Progreso Norteamericano enfatizó a las pérdidas relativas experimentadas durante los años recientes debido a la avaricia de la clase dominante y al descuido gubernamental bajo Bush:

El crecimiento del porcentaje de Afronorteamericanos que son dueños de sus propias casas ha sido más lento bajo Bush que en los 1990. Creció el porcentaje de propietarios de casas entre los blancos tres veces más rápidamente que ese mismo porcentaje entre Afronorteamericanos entre 2000 y 2006. Esta tendencia se debe a que los Afronorteamericanos han visto hasta un declive en su porcentaje desde 2004. Compara esto a los 1990, cuando el porcentaje de Afroamericanos con casa propia iba creciendo al ritmo anual de 0,8 por ciento desde 1994 hasta 2000.

Hasta con cierto crecimiento, resultó este porcentaje mucho menos para los Afronorteamericanos, que no nos sorprende dados los patronos de racismo económicos arriba mencionados. Declara Perlo, “Los porcentajes de casas propias para 2003 eran 48 para Afronorteamericanos, en contraste al 75 por ciento para los blancos. El valor mediano pagado de las casas fue de $64.000 para los dueños blancos, y $35.000 para los dueños blancos. Entre familias con reportes de crédito similares, los Afronorteamericanos e Hispanos tienen un 30 por ciento más probabilidad que los blancos a ser cobrados la taza máxima de intereses en las hipotecas de alto riesgo”.

Queda bien claro que la crisis hipotecaria les va a golpear más duramente a las minorías que a los demás. En una conferencia celebrada en Nueva York por el Instituto de Política Fiscal, documentó James Parrot cómo es que los nuevos compradores afronorteamericanos y latinos de casas en Nueva York fueron empujados a sacar estos préstamos aun cuando hubieron podido pagar los préstamos normales. Ya solamente un 25 por ciento de las hipotecas de alto riesgo no enfrentan a la ejecución hipotecaria. Se espera que llegará la taza de ejecución hipotecaria al 40 por ciento en el curso de este año. Entonces, queda evidente el racismo institucionalizado en la estructura misma de la economía: trabajos, patronos de vivienda, desempleo, el “impuesto de barrio,” entre muchos otros factores. Cualquier nuevo movimiento pro derechos civiles con ganas de luchar contra la discriminación que sigue manifestándose hoy en día tendría que dirigirse a reformas radicales que puedan desarraigar a los fundamentos estructurales bien establecidos de la práctica racista.

La demanda del pago de reparaciones (por daños infligidos y el valor del trabajo robado al pueblo afronorteamericano durante la época de esclavitud y después) fue la forma popular que cobró esta demanda, en especial a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, y recibió una amplia audiencia hasta la tragedia del 11 de septiembre, cuando quedó marginada por la “guerra contra el terror” de Bush. Aunque nunca recibió gran apoyo fuera de la comunidad afronorteamericana, la atención que recibió esta propuesta por parte los medios masivos de información indica a una creciente conciencia de que tenemos que dirigirnos a los aspectos económicos del racismo. Una cuestión central es si esta acción de desagravio tomaría una forma de clase trabajadora o una forma pequeño-burguesa.

Quizás estaban fascinados algunos sectores de la élite dominante con la idea de resolver para siempre con un pago en efectivo al debate histórico sobre el trabajo no pagado y mal pagado de la esclavitud y después. Sin embargo, cobraba más resonancia el concepto de una concesión social que iniciaría un desembolso masivo de capitales para becas, vivienda, cuidado de salud, escuelas e infraestructura, medidas especiales que proporcionarían el fundamento de una verdadera igualdad. Esto, junto con una eliminación de la discriminación salarial y medidas de pleno empleo para la mitad más pobre de la comunidad afronorteamericana hará mucho por redimir a las promesas violadas del pasado. Desgraciadamente, es poco probable que semejantes medidas serán consideradas por si solas aparte de los más amplios movimientos por la paz y la justicia.

Sería más factible dirigirnos a estas medidas especiales dentro del contexto de una lucha más amplia de otras minorías, trabajadores y mujeres contra los grandes monopolios y contra los aprovechados de la crisis económica que se aproxima. Estas demandas han de ser centrales en esa lucha. ¿Estas reformas son posibles? ¿Hay bases para construir a ese movimiento? La evidencia de los ciclos electorales más recientes junto con los cambios en el sentimiento público todos nos sugieren que la respuesta es que “Si”.

En realidad, las encuestas de opinión pública en años recientes indican a un proceso constante de abandono a las actitudes abiertamente racistas. Ya en 1954 en el momento de Brown v. Board una mayoría de norteamericanos apoyaba a la decisión del tribunal de acabar para siempre con la segregación “de jure”. Como escribió Jeffrey Rosen en el New York Times, reflejando sobre el significado del voto sobre la acción afirmativa en Michigan, “Cuando fue decidido Brown, el resultado recibió el apoyo de un 54 por ciento del país”.

Las actitudes hoy en día tocantes a la acción afirmativa revelan una respuesta mixta similar; sin embargo hay un movimiento lento pero constante hacia una conciencia no racista y antirracista. Está tendencia está presente en varias cuestiones, como son los matrimonios, la acción afirmativa, los esfuerzos por la integración racial y opiniones sobre la cuestión misma de las razas. Como ejemplo, en una encuesta USA Today / Gallup realizado en agosto y septiembre de 2007 apoyaban los respondientes a matrimonios entre blancos y Afronorteamericanos por un 79 por ciento al 15 por ciento. En 1983 solamente un 43 por ciento los apoyaba, y un 50 por ciento contestó a la negativa. En 1968, el año del asesinato del Dr. Martin Luther King, un 20 por ciento apoyaba al derecho de casarse, pero un 73 por ciento no. En 1958, cuatro años después de haberse declarado anticonstitucional la segregación racial, un 97 por ciento estaba en contra de los matrimonios “mixtos.”

A pesar de estas tendencias, hay muy amplio apoyo al fallo emitido en julio por la Suprema Corte, con un 73 por ciento de acuerdo de que “no debe considerarse la raza de un individuo en las admisiones a escuelas”. Sin embargo, no hay duda que la fraseología de la cuestión sobre el caso de la Universidad Qunnipiac tuvo mucho que ver con el resultado. Así es que, cuando la encuesta ABCNews/Washington Post preguntaba más específicamente “La Suprema Corte restringió recientemente a la utilización de raza por parte de distritos escolares locales para asignarles a estudiantes a las escuelas. Algunos argumentan que este es un retraso significativo a los esfuerzos por la diversificación a las escuelas públicas; otros dicen que no debe que utilizarse raza en las asignaciones escolares. En balance, ¿apruebas o desapruebas a esta decisión?” Un 56 por ciento desaprobó al voto del tribunal, con un 40 por ciento en apoyo al mismo.

Cuando fue realizado una encuesta Newsweek más o menos en ese mismo momento, se les preguntaba a blancos “¿Apruebas o desapruebas al fallo de la Suprema Corte que limita al uso de raza para planes de integración racial escolar?” Un 35 por ciento lo aprobó contra un 29 por ciento a la negativa. Cuando fueron incluidos todos los que respondieron a la encuesta, un 36 por ciento no estaba de acuerdo con la Suprema Corte, con un 32 por ciento de acuerdo. Se pueden encontrar resultados similares sobre las actitudes hacia la insensibilidad racial, en donde más de la mitad toman ofensa a los comentarios racistas que oyen, y más o menos la tercera parte no.

Medio siglo de lucha no fue sin resultados. Ya ha ganado bastante terreno el concepto de que todos compartimos una sola humanidad común. Está bien claro que los movimientos pro derechos civiles, las luchas por los días de fiesta de King y de Cesar Chávez, juntos con la desegregación y esfuerzos por la acción afirmativa han influenciado de manera positiva a la conciencia de las masas sobre cuestiones de raza. Hay que verse esto como una gran victoria ideológica. Aunque abunden los perjuicios y prácticas racistas, se opone una mayoría al racismo como ellos lo entienden. Tomado junto queda evidente que fue certero el análisis del Partido Comunista a fines de los 1980 de que se estaba formando a una mayoría antirracista.

El concepto de una mayoría antirracista cuando fue ofrecido por primera vez fue disputado airadamente, y fue denunciado por opositores como propuesta demasiado optimista y peligrosa con potenciales de desarmarle al movimiento progresista, una reacción bien comprensible en vista de las contrarrevoluciones de Reagan y Gingrich de aquella época. En un momento cuando todavía apestaban las fallas Baake, Weber y demás asaltos contra la acción afirmativa, junto con campañas políticas estilo “Willie Horton” y los inicios de un ataque contra welfare y otros programas de ayuda social, resultó difícil de creer el concepto de que iba disminuyéndose la base masiva de la ideología racista en vez de estar creciendo. Factor adicional en el pensamiento de izquierda de ese momento fue la influencia de la tesis de la “aristocracia trabajadora,” el concepto de que gozaban los trabajadores masculinos blancos de un estatus de privilegio con relación a los demás sectores de la clase trabajadora, un privilegio basado sobre los beneficios materiales del racismo.

Quizás los teóricos actuales del “privilegio blanco” son descendientes ideológicos de los que abogaban por la “aristocracia trabajadora” en los años 1960 y 1970. Sea verdad o no, las manos nudosos de trabajadores blancos que votaron por Barack Obama en Iowa, New Hampshire y Nevada llaman a unir a los intereses democráticos y de clase por la esperanza de un futuro común. Hay que decir que los votantes afronorteamericanos han hecho esas llamadas con su mayoría contundente en elecciones tras elecciones. Queda seguro que esta nueva reciprocidad será notada y escuchada.

Surgen de las grandes luchas de hoy una nueva esperanza y nuevas formas de unidad. Hace falta esto y más para derrotar a la derecha republicana en noviembre, un logro del cual depende el progreso de la lucha por la igualdad afronorteamericana. Hay que transformar a los sentimientos antirracistas a la acción antirracista. Al centro de esa acción tienen que estar las reformas a profundidad para eliminar a la desigualdad económica racial. El capitalismo se ha mostrado incapaz para la tarea. Es más, es el capitalismo mismo que fomenta y luego se aprovecha de tal desigualdad.

Pero esto solo presta más urgencia a la tarea de hacer demandas agudas a que se dirija la atención a la economía del racismo exigiendo una implementación inmediata de reformas radicales. Lo explicó El Dr. King hace casi medio siglo, por qué no podemos esperar. Las luchas de hoy por la plena igualdad económica y política ahora producirán las soluciones de mañana.